viernes, 6 de noviembre de 2009

Riesgos asumidos.

Vivimos en una sociedad en la que la competitividad forma parte de nuestro día a día, y donde valores como la belleza o el estatus económico y social son para algunos requisito imperioso para el éxito profesional, y en muchos casos personal. Como resultado, una gran parte de la sociedad vive marcada por ciertas expectativas, algunos prejuicios y otras actitudes rígidas, a menudo destructivas, hacia sí mismos y hacia los demás, que alimentan el sentimiento de vergüenza, ridículo y culpa[1].
Según algunos analistas la humanidad, en su desarrollo social, habría pasado por tres etapas diferenciadas. A la dominancia tradicional, que duró siglos, de lo religioso como elemento central de la organización social, habría sucedido el dominio de lo político a partir de la Revolución Francesa en torno al siglo XVIII. Sin embargo, a partir del siglo XX y de manera incontestable, lo económico es el determinante fundamental en la manera en que las sociedades se configuran internamente. La economía se ha vuelto la nueva religión. Hemos llegado de este modo a una situación en la que la mayoría de los directivos y de los trabajadores contemplan los acontecimientos empresariales como inevitables sucesos propios del fatum en forma de una praxis económica que no puede ser otra sino la que es. Los despidos masivos, las reestructuraciones de plantillas, la deslocalización de empresas enteras, la explotación de mano de obra precaria, el estrés y los riesgos psicosociales, así como el miedo que se sufre crecientemente en las organizaciones, se toman como datos de una realidad con la que no cabe sino la cooperación más absoluta por no existir alternativa[2].

[1] L. ROJAS-MARCOS, El sentimiento de culpa, Madrid 2009, pág. 39.
[2] I. PIÑUEL, Mi jefe es un psicópata, Barcelona 2008, pág. 141-142.

1 comentario:

rasputín dijo...

Creo, Pedro, que un factor fundamental en la problemática que describes es la pasividad del Estado ante ella; exceptuando lo concerniente a fiscalidad, papá Estado pasa muy mucho de todos los problemas que la clase trabajadora pueda tener en un momento determinado con un empresario o un alto ejecutivo.
Tan sólo se encuentra "sensibilizado" con la clase trabajadora cuando se trata de ERE o de quiebras empresariales, pues en estos casos sabe que será quien asuma todos los gastos sociales derivados de estas contingencias.
Yo estoy harto de recurrir a las instituciones por las barrabasadas personales y administrativas que se llevan cometiendo conmigo desde hace casi 6 años y lo único que ha hecho la Administración es darme largas, desde el Defensor del Pueblo hasta el INSS, pasando por todos los organismos que uno pueda imaginarse.
Espero que, al menos, los jueces hagan su labor.
Abrazos.