Cuando un profesional no encaja en el estándar de pensamiento y funcionamiento de su superior o superiores dentro de la unidad empresarial, éste siempre se plantea una serie de salidas: Continuar igual, cambiarlo o, con la expresión “sutil” de TEMPLAR[1], finalizarlo. El trabajador es sustituible, siempre, no importa que haya dado todo lo que tiene por la empresa, porque el que la dirige nunca piensa en términos pasados, sino en términos presentes, ni siquiera futuros.
El abusador por sistema está imperando en nuestra sociedad, por eso se hace imprescindible que rompamos una lanza por los que son, de verdad, buenos jefes, y dejemos a su suerte a aquellos engendros del diablo que, por naturaleza o por adopción, deciden que la mejor forma de dirigir un equipo es tiranizarle, esclavizar a su gente, perderles el respeto, hacerles que olviden que son seres humanos, y todo con esa cara de superioridad que les caracteriza.
Para esta gente todos son unos inútiles. El problema es que no puede haber un colectivo del 100% de inútiles, alguno, aunque sea en alguna cosa, debe hacer bien su trabajo. Por eso, cuando alguien rebaja a todos es porque él es el problema, no la solución. Entonces la resistencia es no solo necesaria, sino obligatoria.
Para que una sociedad compleja pueda funcionar día a día, es preciso que podamos aceptar razonablemente la idea de que los cargos situados en posición de autoridad van a ejercer con prudencia y sabiduría el poder concomitante[2]. No obstante, la cuestión que aquí planteamos es diferente, la cuestión que planteamos en que un sistema cerrado, donde las decisiones sobre las personas que ocupan puestos están mediatizadas por las relaciones interpersonales, sociales o políticas, el número de variables es limitada, lo que genera, a la postre, que en determinados puestos sólo puedan colocarse determinadas personas, personas que, por desgracia, nada tienen que ver con la eficacia o la buena dirección.
El abusador por sistema está imperando en nuestra sociedad, por eso se hace imprescindible que rompamos una lanza por los que son, de verdad, buenos jefes, y dejemos a su suerte a aquellos engendros del diablo que, por naturaleza o por adopción, deciden que la mejor forma de dirigir un equipo es tiranizarle, esclavizar a su gente, perderles el respeto, hacerles que olviden que son seres humanos, y todo con esa cara de superioridad que les caracteriza.
Para esta gente todos son unos inútiles. El problema es que no puede haber un colectivo del 100% de inútiles, alguno, aunque sea en alguna cosa, debe hacer bien su trabajo. Por eso, cuando alguien rebaja a todos es porque él es el problema, no la solución. Entonces la resistencia es no solo necesaria, sino obligatoria.
Para que una sociedad compleja pueda funcionar día a día, es preciso que podamos aceptar razonablemente la idea de que los cargos situados en posición de autoridad van a ejercer con prudencia y sabiduría el poder concomitante[2]. No obstante, la cuestión que aquí planteamos es diferente, la cuestión que planteamos en que un sistema cerrado, donde las decisiones sobre las personas que ocupan puestos están mediatizadas por las relaciones interpersonales, sociales o políticas, el número de variables es limitada, lo que genera, a la postre, que en determinados puestos sólo puedan colocarse determinadas personas, personas que, por desgracia, nada tienen que ver con la eficacia o la buena dirección.
1 comentario:
Sí, Pedro; pero el acosador, por costumbre, es selectivo a la hora de elegir a su víctima.
Un acosador nace, no se hace.
Es una cuestión genética, de maldad en la cual puede perseverar desde el poder de manera impune e ilimitada en el tiempo.
Si vieras las últimas maniobras que se han hecho y se están haciendo contra mí, rastreras y tendenciosas, con el único fin de dañar a mi persona y a la economía de mi casa, comprobarías que lo que la mayoría de la gente obvia es un problema con un fondo tenebroso y dañino, que bien podría servir de argumento al mejor de los relatos de Allan Poe.
Abrazos extremeños.
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