Un estudio publicado por la revista New Scientist recordaba que el ser humano es un prodigio de rapacidad, ya que en unos pocos miles de años ha sido capaz de colonizar con ciudades y cultivos más de un tercio de la superficie terrestre, exterminar miles de especies y contaminar el planeta hasta límites próximos a lo insoportable[1].
En USA, todas las corporaciones que cotizan en bolsa tienen la responsabilidad legal de aumentar sus ganancias. ¡Es la ley! Pensad en esto: salvo raras excepciones, todos los negocios tienen un objetivo: tener mayores ganancias. La única manera en que las empresas pueden tener mayores ganancias es mediante la fabricación de sus productos al menor coste posible; la venta de los mismos al mayor precio posible; y la venta de la mayor cantidad de productos posible. Todas las decisiones que toma una compañía están relacionadas con aumentar sus ganancias. Sin embargo, las empresas son manejadas por personas. Las personas tienen dos motivaciones: en primer lugar, hacer más dinero para ellas mismas; en segundo lugar, aumentar su poder, prestigio o influencia. Por tanto, las personas que manejan empresas siempre tomarán decisiones basadas en lo que pueda enriquecerlas personalmente. Muy pocos individuos se preocupan por el bienestar de la humanidad, la conservación del medio ambiente o por alcanzar un nirvana espiritual. En diversas escalas, las decisiones se basan en la respuesta a la pregunta: «¿Qué puedo obtener para mí?»[2].
Los que tienen un cierto nivel de hipotético dominio (casi nunca nada que ver con el poder real, mínimamente atribuido) quieren preservarlo ya ser posible verlo reforzado; los que lo sienten escaso ambicionan incrementarlo, y quienes no lo tienen aspiran a alcanzarlo. Éste, y no otro, constituye el gran trasfondo en que se establecen las relaciones subyacentes de todo ese universo humano, social y profesional: la continua necesidad de acoplarse a las diferentes situaciones de poder que se plantean, y para ello, como he venido reiterando, no resultan suficientes las herramientas técnicas, las habilidades profesionales o los conocimientos académicos; ni siquiera los postulados más esenciales de dirección. Me estoy refiriendo a otro tipo de estructura de relación que requiere del manejo de distintas facultades, de carácter más personal y psicológico, que van haciendo de la percepción inicial y prioritaria «de lo que interesa y conviene» casi una actitud primaria «de lo que soy y debo hacer»[3].
En USA, todas las corporaciones que cotizan en bolsa tienen la responsabilidad legal de aumentar sus ganancias. ¡Es la ley! Pensad en esto: salvo raras excepciones, todos los negocios tienen un objetivo: tener mayores ganancias. La única manera en que las empresas pueden tener mayores ganancias es mediante la fabricación de sus productos al menor coste posible; la venta de los mismos al mayor precio posible; y la venta de la mayor cantidad de productos posible. Todas las decisiones que toma una compañía están relacionadas con aumentar sus ganancias. Sin embargo, las empresas son manejadas por personas. Las personas tienen dos motivaciones: en primer lugar, hacer más dinero para ellas mismas; en segundo lugar, aumentar su poder, prestigio o influencia. Por tanto, las personas que manejan empresas siempre tomarán decisiones basadas en lo que pueda enriquecerlas personalmente. Muy pocos individuos se preocupan por el bienestar de la humanidad, la conservación del medio ambiente o por alcanzar un nirvana espiritual. En diversas escalas, las decisiones se basan en la respuesta a la pregunta: «¿Qué puedo obtener para mí?»[2].
Los que tienen un cierto nivel de hipotético dominio (casi nunca nada que ver con el poder real, mínimamente atribuido) quieren preservarlo ya ser posible verlo reforzado; los que lo sienten escaso ambicionan incrementarlo, y quienes no lo tienen aspiran a alcanzarlo. Éste, y no otro, constituye el gran trasfondo en que se establecen las relaciones subyacentes de todo ese universo humano, social y profesional: la continua necesidad de acoplarse a las diferentes situaciones de poder que se plantean, y para ello, como he venido reiterando, no resultan suficientes las herramientas técnicas, las habilidades profesionales o los conocimientos académicos; ni siquiera los postulados más esenciales de dirección. Me estoy refiriendo a otro tipo de estructura de relación que requiere del manejo de distintas facultades, de carácter más personal y psicológico, que van haciendo de la percepción inicial y prioritaria «de lo que interesa y conviene» casi una actitud primaria «de lo que soy y debo hacer»[3].
1 comentario:
El acoso que un empleador ejerce sobre su empleado sólo tiene un fin:
El exterminio de este último como trabajador y, lo que es peor y más común, como persona.
No hay más intereses; si acaso, miedos y deleznables sentimientos.
Abrazos desde Badajoz.
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