La justicia es el fundamento de las sociedades, el eje en torno al que gira el mundo político, el principio y la regla de todas las transacciones. Nada se realiza entre los hombres sino en virtud del derecho, no hay nada sin la invocación de la justicia. La justicia no es obra de la ley; por el contrario, la ley no es más que una declaración y una aplicación de lo justo en todas las circunstancias en que los hombres pueden hallarse con relación a sus intereses. Por tanto, si la idea que tenemos de lo justo y del derecho está mal determinada, si es incompleta o incluso falsa, es evidente que todas nuestras aplicaciones legislativas serán desastrosas, nuestras instituciones, viciosas, nuestra política, equivocada, y por lo tanto, habrá por este motivo desorden y malestar social[1]. La justicia es un fenómeno curioso, pues presenta una meta fundamental que una las distintas culturas y las distintas épocas, pese a su muy polémico contenido[2].
Cuando hablamos de un tirano estamos hablando de una persona que no entiende de justicia ni de reglas, las reglas sólo tienen un sustento, su propio deseo de control, de poder. Así, crean un mundo paralelo, un mundo en el que los demás se someten y ellos obtienen los beneficios de su actuación consciente de ignorancia. Se ignora la regla pero se exige a los demás que la cumplan.
Cuando hablamos de un tirano estamos hablando de una persona que no entiende de justicia ni de reglas, las reglas sólo tienen un sustento, su propio deseo de control, de poder. Así, crean un mundo paralelo, un mundo en el que los demás se someten y ellos obtienen los beneficios de su actuación consciente de ignorancia. Se ignora la regla pero se exige a los demás que la cumplan.